El árbitro es un juez y como tal está obligado a ceñirse a los hechos. Así lo ha hecho el asturiano, García Riesgo, en el penoso suceso de Sestao y aun así se le ha señalado. Dicen que le faltó empatía, ¿y en qué cajón está la empatía con los colegiados?
No deja de sorprenderme que en un posible suceso racista el foco se haya derivado hacia el árbitro del partido. Estamos acostumbrados a que sean ellos los ‘paganini’ de este negocio. Yo mismo critico la organización arbitral y a muchos colegiados. Eso sí, hago lo posible por circunscribirlo al juego. Lo que ya me parece el colmo es que se haga pasar por culpable a quien pasaba por ahí, cuya única misión es dar fe y levantar acta de lo sucedido.
En el mítico estadio de Las Llanas de Sestao, jugándose los últimos minutos del partido entre el equipo local y el Rayo Majadahonda, el portero del equipo madrileño, Cheick Sarr, se lanza al fondo trasero para encararse con un seguidor y tirarle de la bufanda. Esos son los hechos, puros y objetivables, que contempla el árbitro y que le ‘obligan’ por reglamentación a expulsarle. Es evidente que nadie se va a lanzar a la grada porque sí. La gran mayoría pensamos que algo grave ha debido de pasar, lo cual no es óbice para que la función del juez no sea hacer suposiciones. Su misión es depurar los hechos. Nadie sabe si un jugador va a la rodilla de otro porque antes le haya insultado, o que le pega un codazo porque le ha provocado o se ha metido con su madre. Lo que sabemos es que le va a expulsar, sin valorar nada más.
Así lo hizo el árbitro que redactó el acta con toda honestidad y franqueza: explicando el motivo de la expulsión y dando la voz a Cheick que merecía. Por eso aparecen en el acta los insultos deplorables y de índole racista que el portero aseguró que había recibido. A partir de aquí todo lo demás son valoraciones y suposiciones. Si a mí me preguntan creo que dice la verdad, es más, estoy casi convencido pero de un juez se espera otra cosa. Son hechos tan importantes que no valen conjeturas y probabilidad, solo valen los hechos. Como tal, el árbitro los reflejó y reconoció que él no lo había escuchado. Ni los validó ni los dejó de validar, solo expuso los hechos (una vez más).
Expuesto el caso, me asombra escuchar que al árbitro le ha faltado empatía. Este concepto es tan personal y valorativo que cada uno entenderemos la empatía de una manera diferente. Creo que escuchar al jugador y darle voz es lo que debía hacer. Lo que me hubiera parecido mala praxis es dar por hecho algo que no conoce ni tiene por qué conocer. Si no tiene cosas suficientes un colegiado, ahora resulta que tenemos que pedirle que escuche los insultos que se profieren desde las gradas. Nos quejamos porque falla, pero le exigimos que su concentración se disperse en gritos no corales de personas puntuales o pequeños grupos de estúpidos. Por muy asquerosos que sean los insultos racistas derivados desde una grada, no habilita a que no haya límites a una reacción. Seguramente yo hubiera reaccionado igual, o incluso peor que el portero del Rayo Majadahonda, pero del mismo modo asumiría mi castigo. Si no existen líneas rojas, que marca el reglamento o las leyes en nuestra democracia, se dará carta blanca al ofendido para reaccionar de cualquier manera que considere a la altura del agrabio recibido.
Este asunto ha de ser resuelto donde han hecho muy bien Cheick y el Rayo Majadahonda en derivarlo. Por eso lo han denunciado en comisaría, por eso se va a investigar y se interrogará a los testigos. El que mienta deberá asumir las consecuencias de un falso testimonio. Si se prueba, que vayan a saco a por los indeseables. Mi propuesta de solución va por ahí. Las entradas y las butacas tienen personas con cara y ojos, por no hablar de los cientos de cámaras que pululan por lo estadios. Identificar es muy fácil y el que la hace que la pague. Yo no soy partidario de suspender partidos. ¿Por qué va a tener que pagar una familia por lo que haga un delincuente? ¿Por qué si hay un violento en un bar nos van a echar a todos? No tengo la varita mágica. Solo es una opinión, pero me parece que han de pagar los culpables, no los inocentes.
Creo que va a haber que delimitar muy bien lo que está pasando en los campos. No es solo el fútbol el lugar en el que se insulta, sí es el que más lo amplifica. Yo también he asistido a otros espectáculos deportivos que no son tan ‘blancos’ como se insinúa. La diferencia es que en un estadio todo se mira, todo se vigila, y todo se publica. Y está bien que así sea. No es que esté creciendo el problema, es que lo que antes no era noticia ahora lo es. Usemos esa herramienta para poner el foco en los culpables y no en los inocentes. Será muy necesario generar un protocolo y delimitar qué ofensas son susceptibles de parar un encuentro o de retirar a un equipo. Es una línea muy difícil de fijar. No tiene que ser el árbitro quien valore si es peor un insulto homófobo, racista, gordófobo o nacionalista. No es justo otorgarle esa responsabilidad. Yo sí que pido un poco de ‘empatía’ con el árbitro, la que no se ha tenido ni se tiene cuando es insultado día sí y día también en cada partido. Me gustaría saber qué ocurre si un árbitro para un partido y se va por los insultos que está recibiendo. ¿Tendríamos la misma ‘empatía’ que le reclamamos o diríamos que tiene afán de protagonismo?
Vivimos en una época donde causas justas están siendo metidas en un batiburrillo de populismo, demagogia e hipocresía. Las opiniones no son sinceras, no son puras. Existe tal autocensura que la valoración publicada pretende contentar al mayor número de personas o, más importante aún, evitar ataques de colectivos en forma de hordas digitales. Culpar al árbitro es el comodín del público. Nadie va a salir a recriminarte que lo hagas, nadie te va a llamar fascista ni racista por atacar al árbitro. Hay terror a las críticas que falsean una supuesta opinión pública mayoritaria. Así acaba pasando que al señor García Riesgo se le pone en la diana por cumplir con su trabajo de notario de los hechos. Si reclamamos ‘empatía’, empecemos por tenerla con uno mismo y seamos fieles a nuestras ideas y no a las que se nos imponen.