Sin antihéroes ni villanos no hay superproducción que se precie. Porque no hay buenos sin malos, no hay gloria sin enemigos y porque el dulce del buen yerno a veces empalaga
Por eso, en el deporte siempre hay malotes y si en Hollywood está el Joker, la competición con más estrellas tiene sus macarras. Tanto que llegaron a convertirse en una leyenda colectiva. Los Bad Boys de los Pistons marcaron el camino a base de mamporros, codazos, provocaciones y una colección de juego sucio que hizo referentes a los Rodman, Lambeer o Mahorn. Tienen sucesores.
Los gamberros del siglo XXI son algo más modernos y sofisticados, pero del mismo modo sacan de quicio a sus rivales como aumentan las audiencias para el espectador ávido de morbo con nata. Este ranking de malotes ya lo lidera claramente Draymond Green. El ‘Warrior’ se pasó dos meses en casa por golpearle a la cara a Jusuf Nurkic y hacerle el mataleón a un tipo de 2’22. Hay que reconocerle valentía a la par que bajeza. Atreverse con Rudy Gobert fue un paso más de los previamente recorridos que ya le habían llevado a hacerle un piquete en sus zonas blandas a Lebron y de paso a encararse con cada seguidor que no le bailara el agua.
El empeño de Draymond por encabezar esta lista ha descabalgado a uno de mis plastas favoritos. Patrick Beverly es un deleite para el aficionado a la comedia bufa. Su show de gestos antes, durante y después de hacerse pegatina con su defendido es propio de cualquier ‘Dance Cam’ de los intermedios. Te mira a los ojitos y te da palmas en defensa, como mete una canasta y te hace creer que eres pequeñito aunque midas 20 centímetros más. Un defensor insoportable para pasar la noche.
Si hablamos de mirar a los ojitos, nadie puede competir con Bobby Portis. Experto en no pestañear y matarte con la mirada, hay que reconocer que ha endulzado su carácter. Que se lo digan a Mirotic después de partirle la nariz en un entrenamiento. A partir de aquí ya solo podía ir a mejor y en ello está. No obstante, yo no le miraría demasiado por si tiene poder de hipnosis.
Otros son los problemas de Ja Morant. Una estrella de la competición, un genio de este juego que ha llevado sus males a su vida personal. Coqueteo con las drogas, con las armas, con unos bajos fondos que le tienen en una disyuntiva que decidirá si vuelve a la vida o cae a los infiernos.
Y cerramos el catálogo con un jugador que vimos muy de cerca en el Mundial. Lo sufrió ‘La Familia’ porque se cruzó en el camino de la selección. En Canadá es bastante más dulce que cuando pisa las canchas americanas. Quizá el cambio de aires desde Memphis pudo haberle venido bien. Pues no, en Houston ha seguido haciendo amigos. El último DeMar DeRozan a quien se llevó de camino a los vestuarios. Antes ya se había mofado de un viejo enemigo, otra vez Lebron, y regalado unos cuantos insultos a los árbitros para ampliar su historial de expulsiones.
Son los villanos de la NBA. Tan odiados y tan amados a la vez. Jugadores a los que apetece ver con la curiosidad del que quiere saber cuál será su próxima víctima y cómo será maniatada. Ni la vida ni el baloncesto es de algodón. Ellos representan ese mundo del malote que tantas camisetas seguirá vendiendo.